Es
la hora en que los burdeles se llenan de clientes
las
cervezas se desparraman locas
por
las pendientes que ofrecen los esófagos dispuestos,
los
filibusteros hacen sus negocios
y
en casa de unos cuantos Caifás están de fiesta.
Los
Lázaros están durmiendo bajo cartones
a
razón de casi dos por cuadra
y
los perros ladran en diferentes tonos
como
si fuese un discurso de importancia nocturna.
Los
Epulones eructan sus excesos a vista y paciencia
y
hay una marquesina que te guiña su angustia existencial
de
vivir para alumbrar lo poco que le queda,
algo
así como una tos de tuberculoso resplandor.
Es
el momento en que la tortura no cesa
y
los arreglos quedan hechos y sellados
y
con abrazos de osos y lágrimas de buen champagne
veremos
mañana en la prensa de qué se trata
esta
nueva artimaña con su traje glorioso de noticia fresca.
Es
la hora de la venganza policial
y
esa justicia propia que no viene en el manual
contundente
e impune que se descuelga en la noche
y
cae como palos desde cualquier vehículo
identificado
o no
y
luego a quién reclamas pregunto yo
quién
te va a creer
con esa cara de ciudadano inocente indignado
que
importas poco y aquí menos en esta oficina
y
márchate ya que molestas y es tiempo oficial del café.
Es
la hora en que aparecen los cadáveres
tirados
por ahí o flotando
y
acechan los ladrones de todas las formas
colores
y criterios y aquí no pasa nada
salvo
lo de menos
que
es un olor a mezcla de hierbas que el viento trae
desde
los ojos pequeños que se encienden en la oscuridad
tal
si fuesen luciérnagas fugaces.
Hora
peligrosa para la presión arterial,
los
agónicos en los hospitales,
las
enfermeras de sexo rápido
con
el médico de turno en alguna sala desocupada
y
el grito desesperado de una madre pariendo su felicidad
un
piso más abajo del último respiro anciano y solo.
Es
el tiempo del sexo sin memoria y sin ojos
como
perros en celo y sin excusas
salvo
sus bocas babeantes
y
los buses nocturnos que no pasan los muy sediciosos
y
claro está
el
campanario quieto y la iglesia cerrada sin ninguna luz.
El
resto está dormido en todo sentido
con
esa falsa paz de una noche más.
Con
las primeras luces
uno
se pregunta de dónde vinieron esos preservativos
justo
en la parada, en la esquina,
y
esos vidrios rotos de botellas
y
latas retorcidas y vacías
orines
en las paredes
y
uno que se levanta con esa sensación de sueño universal
yendo
de entierro y parto un día más.
El
sol viene llamando a los edificios
y
los pájaros cantan que es un decir o eso parece
y
todo se ha consumado en la resaca
como
si los diablos huyeran a la vista del agua bendita.
Es
que el sol trae luz y la luz su salmo
uno
al azar entre los ciento cincuenta
menos
los últimos que son de gloria
porque
hoy es otro día como el de ayer
y
como el de mañana.
Uno
se pregunta qué anda mal
porque
hay algo que no me cierra,
canto
general de derrota anticipada y temprana.
Luego
todo el resto del día se encarga de cansarme suficientemente.
Cuando
cae el sol todo vuelve a empezar.
La
eterna guerra de baja intensidad
a
la que ya estamos acostumbrados
y
eso es lo que jode el alma de cualquiera
que
putea hasta el hartazgo
sin
que se mueva un pelo de nadie
y
la indignación huya del diccionario general.
Uno
puede ver la vida desde otro lado
que
es como mirar por los ojos de los vecinos
por
ejemplo,
que
me ven con esta cara de vinagre espantosa
y
voy como topándome con gente que se topa conmigo
como
si estuvieran en el paraíso
y
es peor el malestar estomacal.
Entonces
es que digo que es una sensación horrorosa
andar
hablando solo como los locos
farfullando
los mil modos que tengo de blasfemar.
Ahora,
es la hora en que todo comienza de nuevo.
Los
decibeles nocturnos opacan lo que me queda de voz.
Soy
un testigo al que nadie llama a declarar
ni
ahora ni nunca.
Ya
cae la noche definitivamente.
Tócala de nuevo Sam.
What a wonderful world.
Es
ahora la hora.
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