sábado, 19 de noviembre de 2011

DEMASIADO PESO PARA UNA ETERNIDAD.

Demasiadas preguntas que naufragan.
Es que uno se va muriendo de traiciones
de gente que se va sin saludar cualquier día,
uno se muere de solemnidades, de jueves,
de sol y de ceniza
de relojes diferentes pero tiempos iguales,
se emparenta con las cosas
se divorcia de las circunstancias
y la tragedia va circunvalando la carne
horadando la cuenca de los ojos
donde el futuro se ve por un cono
y aprende la resiliencia de mirar historias
llevando luto por lo perdido
entre camiones de basura innecesaria de minutos.
Y esta travesía de traición, muerte y parto
todos y cada día
donde reímos poco como perfume carísimo
derramado a los pies de quien uno ama
llorando por adición copiosamente los desprendimientos
porque al fin aprende bien que se va muriendo,
tanteando de vez en cuando el amor
sin habérselas con él cara a cara
aunque se intente una y otra vez huir del universo
con la conciencia estaqueada de dolores
y se sepa que en cada cuestión
siempre hay un sentido esperando ser  revelado,
la salvación del apocalipsis,
la esperanza del último centímetro, del último minuto,
como el misterio mismo
de una cara que se mira en el espejo
y pregunta, sólo pregunta
con las manos al cielo
qué cosa es esto en que sucedo.
Podría decir que uno vive esto mismo
y repetir las mismas palabras
pero ahí el mismo espejo,
las mismas preguntas,
porque estamos hechos para amar
y hemos perdido definitivamente el camino.
La trinidad manifiesta su misterio
y nosotros nos morimos de preguntas,
de naufragios y de polvo
que al fin de cuentas es casi nada:
demasiado peso para una eternidad.

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