Pisoteo esta tierra que me sostiene,
esta cosa que deambula el universo, atada,
girando y mirando siempre a su dios
que le devuelve el fuego de su luz,
esa mirada extrema
de un señor quieto que la quiere pero la amenaza,
extraña esclavitud de tiempo y espacio,
esta bola de billar desgastada de libertad y yo en ella
mirando con pavor el universo
mirando con asombro la noche inagotable
mirando con vehemencia
mi nada.
Es cierto, estoy loco.
Pero he visto a otros más cuerdos que yo y no los envidio.
No sé qué les ha abierto sus cerebros y su imaginación
y han volado como moscas de los cuerpos de los muertos
han volado como discursos huecos, ceniceros sin cenizas
sólo el aroma rancio de alguna que otra buena palabra
que se ha ido sin ninguna intención.
Hay menos chalecos de fuerza que gente apropiadas en ellos
esos peligrosos sin amor como simples máquinas,
gruesos errores genéticos con disfraces que hasta parecen
convincentes;
hay más gente en chalecos de fuerza sin causa alguna
inocentes por falta de defensa, incontinentes,
y eso se llama poder:
¡malditos imbéciles! abusarse de los pobres.
Soy yo el que está loco y lo digo.
Ellos ni siquiera lo saben.
Ni lo saben los mismos horrorosos escritores
con ropa de marca inglesa y sangre bastarda.
Ni lo sabe el mercadeo que los eleva hacia algún Olimpo
donde dicen que lo que dicen es más alto que el Aconcagua
o que el Everest o el Himalaya
y ellos los muy necios borricos se lo creen a total
satisfacción
como deslizándose en el carro del sol robado a Apolo,
a beber de la ambrosía, mortales que no pisotean la tierra
y despiertan con el regusto que apesta cada mañana
y
me pregunto revuelto en mi vómito cerebral,
qué es ese charquito de palabras que han dejado
como malas huellas en un piso recién lavado,
porqué sólo veo gotitas de agua salada atacando mi ya
envejecida sed
de algo que realmente no atente contra el silencio de mi
alma.
Estoy loco y estoy perdiendo el juego.
De eso se trata: de vivir.
Nadie debería pagar el precio de la desgracia.
Pisoteo la tierra que me sostiene, es más,
salto y salto hasta cansarme
hasta que se me salen los pulmones
y goteo un sudor básico y ancestral.
La Internacional y El Mesías de Haendel
son buenas cosas para el alma.
Uno no debería morirse así
un día cualquiera
en esta casa de locos sin desesperarse
sin tener un minuto
de silencio
por lo único, sagrado e irrepetible
que es una sencilla vida.
He perdido todas las revoluciones planeadas.
Todavía cargo un par para que estallen a mi salida.
Todavía cargo un par de largas puteadas de amor.
Las he mantenido como gusanos dando vuelta en el cerebro,
oxigenando lo que queda del futuro.
Cada
día resucito de mi cama como un pequeño dios
que
es decir como un simple hombre,
cada
día arguyo y pataleo epifanías con desespero.
Me
quieren ahuyentar de mi evangelio , prevenir a los incautos,
y
es por eso que pisoteo esta tierra que me sostiene,
salto
y salto sobre ella, llena de sangre sin justicia
llena
de voces que esperan su alarido desesperado
nudos
que esperan ser atados
perdones
que esperan ser desatados
ojos
que quieren cerrarse y descansar en paz.
Pero
sólo hay cerrojos.
Muros
donde se encierran a los silenciosos
o
al menos eso creen los muy tontos.
Es
cierto: estoy loco.
Me
voy calle abajo con mis flores hacia el río grande como mar,
me
voy despidiendo.
Es
cierto: el corazón me duele.
Voy
pisoteando esta tierra que me sostiene agarrado de mi cruz.
Soy
carne de amor.
Estoy
loco.
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DERECHOS RESERVADOS
Estoy loco y estoy perdiendo el juego.
ResponderEliminarDe eso se trata: de vivir.
Nadie debería pagar el precio de la desgracia.
SIN LOCURA NO HAY VIDA EN ESTE TIEMPO
AQUI DONDE SE RESPIRA (AUN)
EXIGE LA DEMENCIA PARA SOREVIVIRSE
Y EN CADA LOCURA INCOMPRENSIBLE
HAY UN HÁLITO QUE NOS SECUESTRA
DEL HASTÍO INFINITO