Es
lo que el puerto tiene:
ese
olor a alquitrán que se te sube
con
los barcos unos al lado de otros
como
durmiendo de puro cansados
y
esas cicatrices antiguas como estatuas griegas
que
es un misterio que el mar se guarda más allá.
Pero
más acá,
bolsas
de plástico se balancean en ese vals
tan
famoso sobre las olas con los envases de yogurt
y
botellas de agua con palabras escritas y extrañas,
palitos
de madera desgastados
y
hojas de revistas con fotos de gente
que
vive otra vida en otro lado y yo las veo así nomás
flotando
al lado de un guante de goma
que
perdió su mano en algún lugar del mapa
donde
la marea te devuelve estas chucherías
y
yo aquí inclinado entre esto desbaratado,
como
una cosa mas
entre
los barcos que al fin y al cabo
son formas que se mueven en el agua
sin
miedo y con bitácora
como
yo,
que viví mis nueves meses en el agua
y
estoy ahora al lado de ellos, amarrados como iguales,
como
hermanos que somos
de
algún modo paralelo que es para pensárselo despacio,
hermanos
de amarre que fuimos alguna vez
para
después andar por esos lugares de Dios.
La
marea trae de todo y me trae a mí
con
un repertorio de recuerdos
que
un sujeto pisa como cualquier cosa
cuando
pasa al lado mío sin mirarme,
igual
que esas colecciones desechables
que
se mueven debajo del muelle,
como
este individuo anónimo que simplemente observa
el
rito de la llegada a alguna parte y ese olor a alquitrán
que
es lo que el puerto tiene,
casi
las mismas cosas que están ahí
como
retazos de historias que cuando llego pueden verse
levantando
la vista de vez en vez
cuando
el ruido de mi barcaza anuncia la llegada
a
reparar tanta malaventuranza
al
atracadero de mi corazón.
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DERECHOS RESERVADOS
Un paisaje negro el de los puertos,donde van a parar todas las inmundicias de este mundo absurdamente consumista e ingrato.Ningún lugar más apropiado para filosofar sobre la vida y la muerte.
ResponderEliminarUn placer volver por tu blog Sergio.
Saludos.