miércoles, 17 de julio de 2013

SEÑOR DE LA NOCHE

Hemos enterrado los espejos:
         somos nosotros, señor de la noche,
        en la pobreza que unge las espaldas como una virgen loca.
La carne es un susurro
       o apenas una túnica,
               el aire es una fiera.
He soñado la luz rompiéndola siete veces
   sobre el vómito súbito del amor y del asco,
y he sobrevivido la ferocidad de las mujeres
que se entregan de muslos abiertos como si comenzaran un poema
    con botellas rotas que tajean plegarias
           inmensas como el mundo
y el ruido de la cama que gime incontenible
sus acordes de templo devastado que ya no me sostiene.
Sin querer, me atravieso de parte a parte por la niebla
   de tanto parecer un engendro de ángel con las alas quebradas
   que se devora como a un rehén en escombros,
la boca no puede ya con su razón de patíbulos
   venida a orar entre las piernas
el  exterminio de las terribles poses de los cuerpos,
    la barba que suda el vino fresco
     y las manos que andan abrazadas de los deseos
como si fuesen las putas más fantásticas de todas las ciudades.
   Y algo que corre por los cables que desembocan en el cerebro
       para encandilar este sol con que te escribo,
 no sabe la cerveza tibia que emborracha las venas
        que andan felices de encontrarte
como una manada de lobos entre tus paredones
   y me atraviesa, justo ahí, las auroras seminales
con sus constantes relámpagos violando claraboyas.
Ellas multiplican con salmos los vidrios rotos
   que atusan los bigotes en la entrepierna  esta noche.
No me hagas trampas, te dije bajito.
   mi corazón es un sitio que nadie conoce

 y tengo una hilacha en la ropa que sufre de soledad.

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