Y ahora mírame y contesta viéndome a
la cara
qué calienta tu sangre, te rebela,
te hace aullar feroces gritos de
desgarro
y sacando los ojos de tu ombligo
advierte las cosas a tu alrededor.
Porque estos orificios cansados de
mundo por los que observo,
me dicen que el dolor de cualquier
hombre
no es mucho menos que el amor de una
mujer
y su hambre ni se compara con el aroma
de su vientre
ni los calambres de la hambruna al
olor a sexo vivo.
Entonces dime qué te conmueve, qué
espina se te clava:
inmensas muchedumbres parecen bosques
troncos semovientes que talan de
diversos modos
y definen otras gentes los que ellas
son
de maneras siempre nuevas e insospechadas
convenientes, rentables, como enormes
establos
para decir las cosas así tan
fieramente:
esta esclavitud, idolatría signos de
los tiempos,
porque no hay demasiado derecho a
sonreír
salvo que estés loco, inconsciente o
tonto,
salvo que no sepas qué cosa es el
amor.
Uno debiera arrancarse los pelos de
tan desesperado
como para no andar del brazo fácil de
los atardeceres de locura fácil,
la engañifa de un momento apenas
de sudores corporales esporádicos y
sin compromiso,
porque el amor por una mujer es otra
cosa
porque el amor por lo próximo es otra
cosa
porque el suplicio es permanente y
multiplicado,
la barriga vacía es un largo concierto
de carne que reclama
el amor de algo que masticar
simplemente.
El silencio hermoso de las noches de
luna
no se compara con el silencio de la
amargura.
Es cierto:
ni calvo ni con dos pelucas andarás
diciéndome.
Nuevamente vuelvo a inquirirte
porque es necesario amar en
particular, claro está,
pero también desparramar excedentes
generosos,
porque el amor es un misterio
inagotable
hecho para dar no como una
zaparrastrosa limosna
porque hay un tiempo para todo
y todo lo que tenemos es tiempo.
Porque de veras no se puede con la
impresión espantosa
de esa bofetada que te repiquetea las
mejillas
ver sonreír a diestra y siniestra
recorriendo en aeróstato la vida en un
paneo de novela
como si no ocurriera nada o acaso
huyendo como un ciego hacia adelante
dando palos a tientas por no abrir los
ojos.
Dime qué ves mas allá de tu ombligo
que te haga reír
como si finalmente todo estuviese en
paz
como si finalmente los besos campearan
el orbe
como si finalmente ya no hay que poner
cerrojos a las puertas
como si finalmente los niños no se
murieran anónimos
como si finalmente los viejos
sucumbieran en familia y plácidos
como si finalmente se oliera a cosa
humana y tierna
y las mariposas, el aire, y la risa
fuera patrimonio común
como si finalmente
como si
cómo
entonces dime viéndome a los ojos,
cómo andas ensimismado en tu miserable
ombligo
o lo que es peor en esa barbarie secuencial
de olvidos,
cómo andas así mirando sin ver
tal si fuesen deshechos para tu
memoria
esa sangre pasando a tu lado,
ese despilfarro de bolsa agujereada e
inservible de palabras
que dices como para otorgarte la
excusa y el perdón
tal si fuese tu lugar en el mundo ser
el bueno de la película
con letras grandes de marquesinas
entre los extras.
Es que para gozar uno debiera no sólo
tener corazón
sino saber para qué sirve
porque parece un músculo involuntario
tan incontrolable que no sabes cuándo
se parará
y ese es el drama, no te controlas,
dependes de un miserable pedacito de
carne
que te dirá basta cualquier día de
estos
y mientras tanto te lo pierdes,
te pierdes el amor simplemente
en las paradas de los buses, de los
trenes,
en las calles y en todos lados,
en las puertas de todas las casas
que son como un nuevo mundo
inclusive la tuya.
La felicidad es cosa seria si la
encuentras,
no va disfrazada de amor ni lo parece,
es parte general de esta guerra donde
se avanza
día a día
dolor a dolor
uno a uno
cuerpo a cuerpo
hombre a hombre.
Que es justo cuando descubres
que debes decidir de qué lado estarás,
que andar de farra con los lobos no es
un buen negocio:
todas las manadas tienen sus alfas
y es despiadado el ejercicio del
poder.
En cambio si es que acaso puedes, qué
cosa linda de veras,
se descansa en los espacios de todos
los colores
es decir, se ama verdaderamente,
y uno puede echarse a dormir tranquilo
de noche
cuando puedes tener un sueño completo
y pacífico.
La sonrisa llega al rostro a la hora
justa
bondadosamente
y así se intuye y se recibe
o es una mueca convencional
que no agrega nada a tu cara de guasón
sin Batman.
Pues bien, ahora mírame
y no me digas nada.
Deja el espectáculo de tu ombligo.
Si no te llegan pronto el delicado
olor de los jazmines
así, sin ningún motivo que te conmueva
las entrañas
no hay nada que hacer.
He blasfemado en tu cara mi evangelio
para dejar constancia de mi paso,
esta blanca tempestad de arena.
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Sergio,se os saluda.
ResponderEliminarUn placer volver por tu poesía directa,sin pelos en la lengua...
Dejar de mirarse el ombligo es,como poco,obligatorio porque en este mundo terrible y vengativo o nos salvamos todos o no se salva nadie...Pero no acabamos de entenderlo,somos ciegos topos recorriendo pasadizos oscuros sin encontrar nunca la salida,la luz.
Saludos muy cordiales.
Increíble chulito, creo que es lo que más me ha gustado de lo que he leído tuyo. Son muy reflexivas tus letras y entre ellas distingo que eres un tipo feliz con un gran amor y todavía te sobra para repartir.
ResponderEliminarEs verdad que salir de nuestro propio ombligo es a veces muy incómodo, y por esa causa no llega el perfume de los jazmines tan necesario para ver la vida como en realidad es.
Me ha encantado amigo y te felicito por lo bien que escribes, pero eso tú, ya lo sabes, jajaja.
Besitos
Oye, este blog es nuevo. ¿Dónde esta la chula que no la veo?, jajaja.
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